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De encantador/a a insoportable: la cara B de aprender a decir basta

Metáfora visual sobre poner límites en las relaciones

Todos queremos ser encantadores, simpáticos, fáciles de llevar, adorables, que nos quieran, que nos reconozcan, que digan: “¡qué majo/a, siempre está dispuesto/a a todo!”.
Pero un día… zas. Dices “basta”. Llega el momento de poner límites. Y en ese mismo instante, pasas de ser el príncipe encantador o la princesa buena del cuento a convertirte en el ogro de la historia, en la bruja mala, en el personaje secundario que nadie soporta.

En realidad, ¿por qué pasa esto?
¿Por qué poner límites, que debería ser algo sano y liberador, nos hace sentir tan mal y tan culpables?

Spoiler: porque llevamos demasiado tiempo interpretando un papel en el que siempre cedíamos. Y claro, cuando alguien deja de actuar según el guion que el resto esperaba… la sorpresa no suele ser buena.


El mito del encantador/a eterno: cuando no sabes poner límites

Para empezar, nos han educado para agradar. Desde pequeñitos, aprendemos que si sonreímos, nos comportamos y decimos que sí a lo que los demás quieren, recibimos aplausos. Y vaya, ¡funciona! El profe te sonríe, tus amigos te aceptan, tu familia te pone de ejemplo.

Sin embargo, el problema es que crecemos y seguimos creyendo que nuestro valor depende de cuán encantadores podamos ser. Y entonces llega la trampa: nos convertimos en “los disponibles de guardia”, los que siempre dicen que sí aunque por dentro quieran decir que no.

Hombre tirado en direcciones opuestas, simbolizando la falta de decisión

Por lo tanto, la realidad es que nadie puede ser encantador/a las 24 horas del día. Eso se llama agotamiento, y normalmente viene con un pack de estrés, frustración y, en casos más extremos, ansiedad o depresión.

Lee también la entrada referente a la «Autoestima«.  


Cuando poner límites te convierte en el malo del cuento

Imagina que, durante meses o años, has estado aguantando situaciones en silencio.

  • En el trabajo, tu jefe/a siempre te encasqueta las tareas extra.

  • En tu familia, eres la persona de referencia para todos los favores.

  • En tu pareja o amistades, siempre eres tú quien cede para evitar discusiones.

Y finalmente, de repente, un día, dices: “hasta aquí”.
Ese día se produce un terremoto. El otro se queda en shock. Porque claro, estaba acostumbrado a que su conquista sobre tu territorio fuese ampliándose sin resistencia. Y ahora resulta que el castillo tiene murallas.

Como resultado, esa sorpresa no es agradable para nadie. Ni para quien recibe el “no”, ni para ti, que sientes que acabas de romper el hechizo.


La cara B de poner límites: incomodidad y culpa

Aquí entra en juego lo que nadie te cuenta: poner límites no se siente bien al principio.
Es incómodo. Te hace sentir culpable. Te hace dudar: “¿y si piensan que soy egoísta? ¿y si ya no me quieren igual?”.

Mujer dudando entre una máscara de princesa y otra de bruja

De echo, la primera vez que dices “no” a algo importante, se siente casi como patear a un cachorro delante de un grupo de niños. Toda tu programación interna grita: “¡Eres mala persona! ¡Vuelve a decir que sí!”.

Sin embargo, esa culpa es solo el eco de viejos aprendizajes. No es la realidad. En realidad, lo que estás haciendo es cuidarte. Y créeme, no hay nada egoísta en eso.


Poner límites: del encantador/a al ogro/a,  un paso necesario para el respeto

En segundo lugar, cuando decimos basta, pasamos de ser encantadores/as a ogros, al menos en la percepción de los demás. Y, sin embargo, ese paso es imprescindible.

Puerta en una muralla de piedra con un torno giratorio

Un límite no es un muro agresivo, es un cartel de respeto. Es la manera de decir:

  • “Hasta aquí puedo llegar sin perderme a mí mismo/a”.

  • “Esto sí, esto no”.

  • “Este es mi espacio, mi tiempo, mi energía”.

En definitiva, cada vez que pones un límite, recuperas un trozo de tu territorio emocional. Puede que al principio te miren como si fueras la bruja o el ogro del cuento, pero en realidad estás defendiendo tu reino interior.


Cómo empezar a poner límites sin sentirte un monstruo

Vale, teoría entendida. Pero… ¿cómo se hace sin parecer Shrek en una mala mañana?

Algunas ideas:

  • Empieza por lo pequeño. No hace falta que el primer límite sea épico. Practica con cosas sencillas: decir que no a una reunión que no necesitas, o no contestar al WhatsApp de trabajo a las once de la noche.

  • Sé claro/a y breve. Los límites no necesitan tres párrafos de justificación. Un simple: “no me viene bien” es suficiente.

  • Recuerda la regla de oro: cada vez que dices “no” a algo que no quieres, estás diciendo “sí” a ti.

  • Tolera el malestar. Sí, puede que el otro se enfade, frunza el ceño o te suelte un comentario pasivo-agresivo. Pero eso es su reacción, no tu responsabilidad.

En resumen, no hace falta rugir ni dar portazos. Los límites pueden ser firmes y suaves a la vez.


El final del cuento: cuando poner límites te convierte en alguien respetado/a

Con el tiempo, la buena noticia es que esta fase incómoda no dura para siempre.

Hombre y mujer sonriendo mientras se dan la mano por encima de una valla blanca, simbolizando cómo poner límites favorece el respeto mutuo
Cuando mantienes los límites de manera consistente, la gente se adapta. Descubren que sigues siendo tú, solo que ahora con más dignidad y energía propia.

Al final, lo que parecía insoportable se convierte en algo respetado. Y aunque nunca vuelvas a ser el “encantador/a” incansable de antes, ganas algo mucho más valioso: autenticidad.

Porque, seamos sinceros: ¿de qué sirve ser la princesa perfecta o el príncipe encantador si por dentro estás agotado/a, vacío/a y sin ganas de nada?

Si quieres leer más sobre poner límites entre tu vida personal y laboral, pincha aquí.

Y aquí te dejo unos cuantos libros, por si quieres profundizar:


Conclusión

En conclusión, poner límites no te convierte en egoísta, ni en mala persona, ni en un monstruo.
Te convierte en alguien que se respeta. En alguien que ha dejado de vivir en un cuento donde todo el mundo se aprovecha de su amabilidad.

Sí, puede que al principio parezcas la bruja mala o el ogro del cuento. Pero lo cierto es que, al hacerlo, te das el permiso de ser el protagonista de tu propia historia.


¿Y ahora?

 Y ahora, una pregunta incómoda:
¿En qué parte de tu vida sigues siendo encantador/a a costa de ti mismo/a?
Tal vez hoy sea un buen día para ensayar un sano y liberador: “basta”.

Persona disfrutando de la libertad en un paisaje al atardecer